Ser Mar de los Ríos es mi proyecto vital. Desde muy pequeña me cargaba caligrafiar mi identidad. Siempre me resulto una bufanda demasiado larga: María del Mar de los Ríos Porras. Y he tenido que firmar mucho, porque hice bastante caligrafía y luego incontables exámenes para dedicarme a la profesión que supone mi sustento físico desde hace algo más de veinte años: arquitectura técnica. ¡Y venga a poner mi farragoso nombre en cada cajetín de cada plano de cada proyecto que luego firmaba! Pero Mar de los Ríos estaba escondida entre tinta china y papel vegetal, sin demasiado interés por no ser vista y sobre todo, aburrida como una mona de medir hormigones armados y en masa. En realidad ella es la esencia de todo lo que sea capaz de transmitir, que nunca calibraré muy bien qué es. Lo que sí sé es lo que no entra dentro mis planes conscientes; léase: la violencia, la tacañería, la egolatría, el partidismo, los intereses creados, la petulancia, el dogmatismo, la ordinariez, lo chabacano, el síndrome del nuevo rico, el nepotismo, la mediocridad convertida en poder y la ignorancia premeditada. Seguro que me dejo algo...

            Ella, yo, las dos pretendemos ser una mezcla entre Alicia en el País de las Maravillas y el Sombrerero Loco, con un pátina de Jo, la de Mujercitas, todo ello aderezado con dos cucharaditas del espíritu libre de Peter Pan. Creo que queda bastante claro ¿no?

Me gustan las historias, las que me cuentan y las que invento y es sobre esa alfombra mágica desde donde  pretendo, con mucho pudor, aproximarme a todo aquél que quiera compartir conmigo esa pasión.

            Por lo demás, no tengo edad consciente, por fuera tengo aspecto de Sara Jean, me siento ciudadana del mundo, amo por encima de todo el amor al arte, y considero a la sonrisa como el puente de encuentro entre todo lo que existe en esta pequeña mota de polvo intergaláctico de los universos múltiples.

            Para completar el cuadro, diré que me aburre el aburrimiento y me enervan: las multitudes, la reiteración, los discursos sobre las obviedades, las conversaciones superpuestas, el mercantilismo exacerbado, especialmente el del arte, el endiosamiento, la vacuidad que acompaña a muchos de los que copan las portadas de la fama, las tertulias de intelectuales de profesión y en general la gente que no practica el silencio.

            Me resulta muy grande aplicar para mí misma la palabra literatura y quizá me sienta más cómoda con la  de cuentista o narradora cuando tengo que asociar mi identidad a la actividad creativa puesta por escrito. Esto me recuerda que me falta en mi lista de rechazos el etiquetado de las persona o de lo que hacen.

            Toda esta amalgama de intangibles, supongo que soy yo. Si quieres tocarme, nos vemos entre mis páginas.